Es una maravilla que tras la primera ronda de compartir, en el resto de la clase no se use la palabra porque me hace estar en el presente, en el aquí y ahora, la mente se calma y disfruto del momento. Las clases regulares son como una ducha semanal que me inyecta optimismo, vitalidad y salud Para toda la semana. Los talleres me han aportado muchas enseñanzas profundas una de la que estoy infinitamente agradecida es la de UNIDAD concepto que no conseguía integrar, también me ha aportado magia y poder. Por todo ello estoy muy, muy agradecida.

Acercarse a un taller de Biodanza de la mano de Rosabel, es adentrarse en un maravilloso mundo de magia, fuerza, ternura y sensibilidad. Una fusión de músicas y danzas que despiertan tu poder y trascienden tus límites.

Encontré a Rosabel Lacoma, una facilitadora con experiencia, con empatía y encanto, con un grupo cohexionado y a la vez dinámico, recibiendo y aceptando con el corazón abierto a los que se asomaban a la maravillosa experiencia de la Biodanza. Y allí estoy desde hace unos 7 años, participando en talleres monográficos y vacacionales e integrada en el grupo regular que, igual que la vida, fluye.

En Biodanza he encontrado un espacio placentero de amistad, tolerancia, cariño, bienestar y acogida, dónde he podido desarrollar el sentimiento de pertenencia al grupo, de empatía hacia los demás y apreciar el valor de éste como parte esencial de la actividad. Me ha ayudado a salir de esa zona de confort "sin riesgo" a soltar, a perder un poco el sentido del ridículo y permitir expresarte tal cual, tratando de ser quién soy sin ambages. Pero sobre todo me ha despertado la capacidad de sentir, de vivir emociones, de percibir una mirada, una sonrisa que sale del corazón, un abrazo de verdad, de vivir con intensidad una música, comunicarte a través de las manos, sentir la sutileza de una caricia, de un gesto.

A Rosabel la conocí hace casi tres años en unos campamentos familiares, en pleno Pirineo aragonés. No tenía entonces ni idea de qué era la biodanza. Nos ofreció un taller en una tarde soleada de verano, al aire libre. Me encantó bailar con personas que apenas conocía. Conservamos el contacto. Me envió información y al cabo de unos meses ya estaba biodanzando. Al principio, con complejos. Más tarde, cuando me sentí libre de prejuicios, me dejé llevar por los ritmos de músicas diversas y descubrí mi parte más sensual. Se lo agradezco profundamente.